Temblor en el Hierro

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El Hierro es una isla de mil records. Es la más joven del Archipiélago canario. En las cumbres el tiempo parece inglés y en la costa te tuesta el sol de África, camino de América. Su faro, el de Orchilla, es lo último que ven los navegantes que se adentran en el océano para buscar la ruta americana. Y por ahí pasaba el meridiano que le robó Greenwich. 
En la isla sólo hay un semáforo, pero es contundente: dura más minutos que cualquier semáforo convencional y junta una isla con la otra, te aproxima al parador, que durante años estuvo ahí, como un fantasma, desolado, a la espera del túnel que ahora resguarda la vía de las piedras que caían sobre el itinerario. 
Además, en la isla está el hotel más chico del mundo, al borde del mar, de modo que hay extranjeros que van allí a pescar desde la ventana de su habitación minúscula. Hay carreteras desoladas que te llevan al bosque de las sabinas, un lugar desértico en el que el viento, literalmente, ha peinado los árboles que ahora son toda una fantasmagoría. Los lagartos de Salmor, enormes y vigilantes, tienen en la mirada el miedo y así atemorizan. José Padrón Machin, el viejo cronista de la isla, me contó historias de violencia y de huida hace cerca de cuarenta años en Valverde, la capital, donde él escribía aún como si estuviera perseguido por los nacionales en la guerra civil. El Hierro. 
Ahora tiembla, parece que la lava le viene pronto, como el nacimiento de una piedra nueva en la negrura definitiva de su geografía, acaso la más exótica, la más rotunda de un archipiélago que estaría desolado si le faltara El Hierro, ese faro que nunca deja de vigilar desde su altura.

Fuente: Juan Cruz/http://blogs.elpais.com/juan_cruz/